martes, 25 de agosto de 2015

El regalo




De pequeña pasaba horas enteras sentada frente a ella, mirándola, observándola, era como si al contemplarla me llenara de paz, de toda aquella serenidad que la inundaba. Nunca vi a mi abuela enfadarse pese a su difícil vida de mujer, su rostro, su mirada, su figura, su sonrisa, sus manos,… Todo en ella transmitía paz y serenidad. Una fuerza casi mágica me hacía acudir cada día a su lado y quedarme exhausta mirándola, observándola. A veces pensaba que cuando acudía a su lado le robaba toda su paz  y me sentía mal.
Un buen día, como si mi abuela hubiera adivinado lo que me ocurría, me llamó a su lado y me dijo:”Necesito compartir un secreto contigo”. Un secreto que debía guardar en mi corazón tanto tiempo como ella lo había guardado. Aquel día mi abuela me contó que guardaba en su pecho un frasquito de cristal lleno de aromas de paz, aromas que salían del frasquito continuamente inundándola toda y proporcionándole tanta paz y serenidad, que pese a lo difícil de su vida, disfrutaba y valoraba cada minuto de su tiempo. Pero aquel frasquito se iba vaciando, los sinsabores de la vida consumían muchos aromas de paz, sin embargo eso no parecía preocupar a mi abuela, que sabía bien como reponer sus mágicos aromas. Cada día durante un ratito mi abuela se alejaba del mundo para hacer bolillos, mientras tejía fabricaba aromas de paz y su frasquito volvía a llenarse. Aquello me hizo respirar tranquila, me sentí aliviada al saber que quedarme con un poquito de la serenidad y la paz de mi abuela no la perjudicaría porque ella sabía como conseguir más de ese elixir. 
En realidad, mi abuela acababa de regalarme su más preciado tesoro, tardé mucho tiempo en comprenderlo, aquel día me quedé con la tranquilidad de que no hacía nada malo al observar a mi abuela quedándome con su serenidad.
Mucho tiempo después, aprendí a hacer bolillos, no consigo hacerlo tan bien como ella, y reconozco que me costó mucho aprenderlo aunque con la edad me siento más ágil, pero sea como fuere, cada día dedico un ratito a hacer bolillos, y el día que no lo hago siento que mi frasquito no está tan lleno ni su olor es tan intenso. Mi abuela me hizo un regalo maravilloso, me ofreció la posibilidad de pertenecer a una estirpe de mujeres, capaces de cubrirse con aromas de paz y abrigarse con los hilos de los tejidos que ellas mismas fabrican para poder sobrevivir a los tiempos difíciles que nos tocó vivir por ser mujeres.

Ana López

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